Rafael de La-Hoz Arderius fue un gran hombre, definición a la que no hemos podido resistirnos, aunque no nos gusta demasiado, porque este término parece dar a entender que otros hombres son más pequeños. El hecho es que D. Rafael tenía una cualidad dificilísima de encontrar: Su figura humana mantenía un equilibrio estable y sereno entre inteligencia y sensibilidad, entre respeto y opinión. Su importancia personal se encontraba en buena armonía con su sencillez. Sólo algunos grandes hombres han conseguido mantener una conducta tan próxima a sus semejantes y tan lejana a sus propias vanidades. Estas afirmaciones no se basan en la admiración y el cariño que sentí por Rafael, sino que responden a hechos conocidos y comprobables. En los años ochenta, cuando le conocí, era nada menos que Presidente de la Unión Internacional de Arquitectos y ostentaba su importantísimo cargo con fortaleza, inteligencia y templanza.
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