No era ni mucho menos el primer intento de este arquitecto de llamar la atención de las editoriales sobre su primera novela, pero en este caso acertó. “Al principio enviaba el tocho, desconocía el procedimiento, pero fui aprendiendo y con esta sinopsis conseguí que me pidieran el manuscrito”, cuenta a EL PAÍS en una cafetería de Madrid cerca de la Nave de Motores de Pacífico, un gigante industrial de principios de siglo XX no tan alejado de la Ucrania soviética en la que sitúa Todo esto existe.
La novela cuenta la historia de Alexéi e Erina, dos seres en caída libre que se enganchan el uno al otro para sobrevivir y caen en una trampa “a veces maravillosa, otras horrible”. Él ve cómo su vida, anodina, alcoholizada y solitaria de maestro de provincias en el universo soviético de los ochenta da un giro radical cuando acude en ayuda de una alumna que vive un infierno en casa. Irina huye y se refugia en el hogar de Alexéi, que se convierte en padre, protector, principio y fin del universo de la joven, y, a ojos de la ley, en su secuestrador. “Necesitaba una ficción sencilla, que no fuera postiza ni demasiado sofisticada para poner en valor el paisaje, el suceso, la catástrofe que lo determina todo“, cuenta sin desvelar nada más de un argumento que se desarrolla como un thriller sin llegar a serlo.