Desde que somos pequeños reconocer el espacio que habitamos nos da seguridad. Nuestro mundo se va ampliando conforme crecemos; comenzamos explorando el volumen generado por los barrotes de la cuna, o el espacio que componen las paredes de nuestra primera habitación, el recorrido del pasillo hasta el dormitorio de mamá, la trayectoria que seguimos para ir al parque, las calles de nuestro barrio, los barrios de nuestra ciudad, la comunicación entre las ciudades… Desde siempre la arquitectura está presente, y la percepción que tenemos de ella condiciona la forma de relacionarnos con el exterior. Su conocimiento estimula nuestra curiosidad espacial, nuestra imaginación, incrementando la capacidad de observación y exploración del entorno. Cuando un niño aprende a observar lo que le rodea desde la perspectiva de la arquitectura, su medio se hace más comprensible, y el entendimiento activo del mismo facilita el desarrollo de su creatividad. Se trata de educar en la pedagogía urbana.
A través de diferentes actividades relacionadas con el entorno construido iremos descubriendo que entender la arquitectura es aprender a pensar.