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Si la exuberancia irracional del mercado inmobiliario empujó a la arquitectura de finales de la década de 1990 y principios de la de 2000 hacia la producción de objetos icónicos cada vez más redundantes, esta situación comenzó a cambiar con el inicio de la recesión. Quienes previamente habían aclamado (o incluso ejecutado) las acrobacias realizadas por la arquitectura en la década anterior, se volcaban de pronto en denunciar el vergonzoso despilfarro de recursos y presupuestos de la arquitectura. Este cambio de sensibilidad ha producido dos tipos de reacciones. Algunos arquitectos han tratado de traducir los valores de la austeridad en términos puramente formales; otros han abogado por infundirles un talante más social, tratando de ir más allá de los límites tradicionales de la arquitectura. Sería injusto colocar ambas posiciones al mismo nivel (pues la segunda puede que sea más plausible que la primera), pero lo que sí parecen compartir es la idea de que la crisis actual es una oportunidad para hacer —tal como lo expresó un arquitecto italiano convertido en político— “más con menos”. Es por esta razón que “menos es más” ya no es tan solo un mero principio estético, sino el meollo ideológico de algo más, algo en lo que la economía de medios no es ya una mera estrategia de proyecto, sino un imperativo económico a secas.
En la historia del capitalismo, “menos es más” define las ventajas de reducir los costes de producción. Los capitalistas han intentado siempre obtener más con menos. El capitalismo no es solo un proceso de acumulación, sino también, y sobre todo, una incesante optimización del proceso productivo orientado a una situación en la que menos inversión de capital significa más acumulación de capital. La innovación tecnológica siempre ha estado impulsada por este imperativo de reducir los costes de producción, la necesidad de trabajadores asalariados. La misma noción de industria se basa en esta idea: ser industrioso significa ser capaz de obtener los mejores resultados con menos medios. Aquí vemos cómo la creatividad en sí se halla en la raíz misma de la noción de industria. La creatividad no solo depende de que el inversor encuentre modos de escatimar recursos, sino de la capacidad de los trabajadores para adaptarse a situaciones difíciles. Estos dos aspectos de lo industrioso y de lo creativo están interrelacionados: la creatividad de los trabajadores debe acentuarse por fuerza cuando el capital decide reducir los costes de producción y las condiciones económicas se vuelven inciertas. De hecho, es la creatividad, como facultad más genérica de la vida humana, lo que siempre ha explotado el capital como su principal fuerza de trabajo. Y, en una crisis económica, lo que exigen las medidas de austeridad del capital es que la gente haga más con menos: más trabajo por menos dinero, más creatividad con menos seguridad social. En este contexto, el principio de “menos es más” corre el riesgo de convertirse en una celebración cínica del espíritu de la austeridad y de los recortes presupuestarios de los programas sociales.