Rafael Aburto Renovales (Neguri, 1913 - Madrid 2014), compaginó una callada pero prolífica tarea de construcción de viviendas sociales para la Obra Sindical del Hogar con su participación en concursos de arquitectura, siendo el proyecto de la Casa Sindical de Madrid (1950), en colaboración con su amigo Asís Cabrero, la obra más destacada de su trayectoria y de mayor trascendencia en la singladura moderna de la arquitectura española.
La Casa Sindical, que actualmente alberga la sede del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, fue uno de los primeros ejemplos de la arquitectura moderna en Madrid tras la Guerra Civil, aunque conservaba los elementos tradicionales de las construcciones de la ciudad, ladrillo y piedra.
Otras de sus obras más destacadas fueron la sede del desaparecido diario Pueblo (1959) o las viviendas experimentales de Villaverde o Neguri.
Asistió el pasado 13 de noviembre de 2013 al acto homenaje a su persona y trayectoria organizado por el CSCAE y el COAM, en el que se resaltó su figura y trabajo dentro de la generación de la arquitectura moderna.
'Con 100 años recién cumplidos, con lucidez y con la misma humildad y desapego hacia su propia persona que marcó su larga trayectoria profesional de cinco décadas, recibió a tiempo un merecido homenaje este maestro centenario de una generación prodigiosa de nuestra arquitectura moderna', recordó el arquitecto Iñaki Bergera.
Titulado por la Escuela de Madrid en 1943, Aburto desarrolló además proyectos de interiores que demuestran 'el contrapunto, la autonomía y la autenticidad de sus intereses arquitectónicos que le llevaron, al final de su etapa activa, a conquistar un lenguaje abstracto de alta densidad plástica y expresiva', agregó Bergera.
Además, se implicó, a través de la Revista Nacional de Arquitectura o de su participación en el Manifiesto de la Alhambra, en el debate disciplinar de la modernidad durante los años cincuenta. Al final de la década siguiente, su paso como docente por las aulas de la Escuela de Madrid coincide con su obra postrera y de madurez, en la que destacan las viviendas de Neguri (1969).
A partir de ese momento, Aburto Renovales se retiró y entregó por completo a la pintura, su verdadera pasión.
En 1946 publicó un texto titulado 'Para qué sirve un árbol' en el que veladamente justificaba su autoimpuesto ostracismo y que desvela los rasgos de su marcada personalidad.
¿Para qué sirve un árbol?
Cuando a una mayor comprensión de las cosas de este mundo se juntan, en la niñez, una falta de carácter para ilustrar y ser atendido; cuando, dotado de una mayor sensibilidad, no se presta uno al juego obligado, apareces como inhábil y no eres comprendido; cuando no te acompaña un brillo en los ojos, un ademán decidido, la algarabía, el griterío, que son pasiones infantiles hechas fenómeno físico, ahogan antes de nacer tus tímidas razones. Ansias por ser escuchado y, por contra, quedas siempre de burro.
¿Contra qué se rebela entonces el tierno cerebro?
Contra su misma impotencia; y de aquí nace el afán de superación.
Si estás en el colegio, rehuirás la exhibición y te refugiarás en un rincón del patio.
Entonces la araña, en la sucia tela, parece ser más comprensiva que tus compañeros.
Si te hallas en un mundo civilizado, buscarás el fondo de un parque, y si no tienes medios, treparás a un árbol.
Desde allí juzgarás a la humanidad, y la castigas, al fin generoso, con un futuro expresar de emociones vividas, formas más sugestivas de comunicación y, por tanto, método indirecto de convicción.
Así se incuba un genio o un presuntuoso. Huir de este mundo sin dejar de existir. He aquí una de tantas necesidades que nos satisface también el árbol.
Pues se trata de hurtar también el cuerpo, para que la ausencia sea una realidad a voluntad y objetiva.
Huir sin ir lejos ni encerrarse. No se requiere, por tanto, ni el monte ni el desierto, sino algo más fácil... No la torre, sino algo menos expreso y por tanto más elegante.
Lo que importa es encontrarse en un lugar insospechado, de acceso inverosímil a los demás y por encima de ellos.
La perfecta vuelta a la Naturaleza en nuestros tiempos, lo que supone ganar un ambiente extravagante y vencer también un poco.
El árbol, con todos los encantos que nos depara por su belleza, su sombra y sus frutos, un tanto tristemente recitados a su pie, ninguno como el que supone el trepar a su copa.
Con ello se pierde respeto al gigante. Se le hace dócil a nuestro antojo, y por tanto, humano.
Después de todo esto, ofrecemos el proyecto de una habitación exprofeso para un matemático.
El matemático es generalmente un hombre débil, que recurre al lenguaje abstracto como medio viable de expresión y dominio. Necesita, por tanto, del árbol de su refugio, de su silencio y altura.
También de su juego.
Con la seguridad de que si algún disciplinante se decidiese, jamás tuviera un árbol mejor fruto.