Un buen ejemplo son los hijos, que dan mucho trabajo, y la única manera de sobrevivir a la condición de padres es reducir los compromisos sociales y otras actividades. Pero he descubierto que hacer eso es difícil. Quiero tenerlo todo. Así pues, en lugar de recortar mis aficiones, me las ingenio para embutirlas en un horario que ya está a punto de reventar. Tras haberme escabullido para jugar una hora más al tenis, me paso el resto de la jornada corriendo para recuperar ese tiempo. Conduzco más rápido, camino más rápido y me salto párrafos de los cuentos de los niños para antes de dormir.
Muchos niños están ahora tan ocupados como sus padres, tienen unas apretadas agendas de clases particulares después del horario escolar: lecciones de piano, prácticas de fútbol... Hace poco, un chiste gráfico de un periódico lo decía todo: dos niñas esperan en la parada del autobús escolar, cada una aferrada a una agenda. Una de ellas le dice a la otra: «Bueno, retrasaré el ballet una hora, programaré de nuevo la gimnasia y cancelaré el piano... Tú cambia la lección de violín al jueves y sáltate el fútbol... Así, el viernes 16 podremos jugar de 3:15 a 3:45».