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Mira que nos gusta ofertar a la baja.
Se va el Sacyr nuestro de cada día a Panamá y se queda corta de dinero. Hace Calatrava un palacio de la ópera y se quintuplica el coste (y después aun le encargan el ágora, que ojo de halcón). Va Zaera-Polo a hacer un donuts y no puede porque era evidente que necesitaba más dinero. Y la M-30, la variante de Pajares, la ciudad de la Cultura de Santiago, el aeropuerto de Madrid-Barajas…
Parece que un post no es suficiente para cubrir esta tendencia que empieza a ser #marcaespaña.
Aparte del necesario ejercicio de crítica colectiva -el que no haya ofertado por debajo de sus posibilidades que tire la primera piedra- creo que es necesario analizar los motivos que nos llevan a decantarnos por el inicialmente más barato.
Decía mi tía Pili -y la tía Pili de muchos de nosotros-: “Lo barato sale caro”. Y parece que sí!!! Sin embargo los procesos de licitación pública siguen primando las puntuaciones económicas sobre las técnicas. 75% económico 25% técnico en adjudicaciones para el AVE, dicen los medios. O aun peor: pasa primero el filtro técnico y después subasta al mejor postor. O procesos vacíos de contenido que terminan en concursos desiertos para después poder acudir a negociados (lo que ha llevado a la Junta de Representantes del COAM a invitar a dimitir por una contratación legal, pero poco moral, al actual Decano y actual tesorero).
Esto no es una novedad, recuerdo la carta del Marqués de Vauban (el tipo que diseñaba las fortalezas en forma de estrella que nos traía de nuevo a la memoria José Andrés Torres) al ministro de Luis XIV, Marqués de Louvois y que reproduzco:
“Monseñor:
De ahí bastante, Monseñor, para hacerle ver la imperfección de esa conducta; abandónela pues, y, en nombre de Dios, restablezca la buena fe; encargar las obras a un contratista que cumpla con su deber será siempre la solución más barata que podréis encontrar.”
Y así hemos seguido hasta ahora. Y bien. ¿Qué nos jugamos en esto los arquitectos?
Pues creo que nos va la vida.
Por eso me parece tan adecuado el contenido y el título del artículo recién publicado por Paloma Sobrini en el País: LOS ARQUITECTOS DENUNCIAMOS.
No debemos de estar detrás amparados por la creencia de que son otros los que participan de este juego. Somos actores del mismo; PRINCIPALES. Si la mujer del Cesar debía de parecer honrada además de serlo. ¿Qué debería entonces de hacer el propio Cesar?
¿Hemos asumido como profesión ese nivel de responsabilidad? ¿Lo hacen patente nuestros representantes colegiales? ¿Lo hacemos individualmente cuando acudimos a concursos en condiciones miserables y aceptando lo que se nos impone? Sinceramente NO LO CREO, y sin embargo somos garantes de la calidad técnica de los edificios que producimos, y por tanto debemos de estar en la primera línea de batalla, enfrentándonos a los desmanes en las contrataciones; para eso deberían de estar los COAs y el CSCAE: Y NO LO ESTÁN. Como colectivo debemos de ir más allá de la prensa y pasar a la acción desde las instituciones de derecho público que nos representan.
Los valores morales que nos deben de nutrir como profesión no están para ser aplicados cuando las cosas van bien, sino cuando estamos con el agua al cuello.
Y aquí es donde entra la necesidad de tomarnos en serio a nuestra profesión. A olvidarnos de que eramos artistas y volver a pensar en ser técnicos. Técnicos de gran visión global con capacidad para aportar soluciones. Técnicos capaces de calcular, dimensionar, diseñar y hacer que los espacios sean los mejores posibles para los usuarios finales, para nuestros clientes.
Solo desde la vuelta a la raíz de nuestra profesión perderemos los complejos y neuras que han permitido que otros colectivos de ingenieros nos hayan pasado por la izquierda y por la derecha alegando que saben más que nosotros. Y NO. Saben distinto, pero ni más ni menos. Tenemos que dejar de mirar el juego sabio, correcto, magnífico de nuestro ombligo bajo la luz y entrar en un fango que gratuitamente hemos abandonado. La responsabilidad que asumimos en una obra, la calidad de la misma tiene un valor que nosotros hemos de otorgarle para que nuestros clientes estén dispuestos a pagar su precio.
El enfermo terminal no pide opiniones a varios doctores para quedarse con el más barato, se queda con el mejor, con el único que puede llegar a salvarle la vida.