La frase entrecomillada del título de este artículo se le atribuye a Louis Kahn, uno de los grandes referentes de la arquitectura de pasado siglo. Kanh, para llegar a ser arquitecto, se formó en Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Pensilvania, obteniendo su correspondiente licenciatura en Arquitectura. Corría el año 1924 y, por entonces, la vida de arquitecto era mucho más sencilla que ahora … al menos en España, claro está.
Recientemente se ha lanzado por diferentes medios, como si de una amenaza se tratara, un documento en Power Point (vaya por delante que es bastante cutre) como borrador o compendio de ideas del nuevo proyecto de Ley de Servicios Profesionales (LSP) redactado por el ya malogrado Ministerio de Economía y Competitividad … sí, lo han leído bien … Competitividad.
Bajo el mantra de que se va “generar más competencia y mejorar la competitividad de nuestra economía” y con la excusa de eliminar “las reservas de actividad con afán liberalizador para reducir a las estrictamente justificadas”, parece ser que este borrador pretende que cualquier profesional con formación técnica pueda realizar los proyectos de edificación hoy reservados a los arquitectos, y justificado en que, según nos dice, “si un profesional es competente para realizar una edificación, se entiende que también será capaz de realizar otras, con independencia de su uso”
Es verdad que cualquier persona en su sano juicio entiende que esto último no es así y que el “uso” del edificio hace que este tenga unos requerimiento u otros, y que no todos estemos preparados por igual para entender y resolver dichos requerimientos. Dicho de otro modo, no todos valemos para a hacer de todo. O por ser más concisos –y con todos mis respetos- un ingeniero agrónomo de la especialidad explotaciones agropecuarias no tiene formación para saber redactar proyectos de guarderías, hospitales o viviendas. Podríamos despreocuparnos y pensar que el “mercado” esto no lo permitiría, pero en los últimos años ya hemos visto de lo que es capaz de hacer “el mercado”.
No pretendo caer en un proteccionismo injustificado, créanme ustedes que soy un firme defensor de la competencia como herramienta para la mejora y la calidad de los servicios hacia la sociedad y los ciudadanos. Sin embargo creo que en este país, de nuevo, se pretende comenzar la casa por el tejado, y se presiona a nuestros legisladores desde ciertos grupos de poder que tienen intereses muy distintos a la mejora de la calidad de los servicios. Se pretende que por “real decreto” se modifiquen sólo una de las reglas del juego sin pretender realizar una transformación global y completa de todas ellas.
Creo que no debemos enzarzarnos en la discusión de si es o no necesaria una Ley de Servicios Profesionales. Sin duda que, bien hecha, podría ser una herramienta beneficiosa, pero sería entendible en el marco de una Ley de Sociedades de Servicios Profesionales que, por ejemplo, diera competencias más amplias a sociedades mixtas, nutridas de profesionales de cada especialidad, o que mejorara la propia LOE, redefiniendo mejor y con más alcance el papel y las responsabilidades de todos los agentes actores. Se podría mejorar la protección de los profesionales de la arquitectura para acabar con el arcaico sistema “maestro-aprendiz”, que ha permitido tan malas prácticas y tan generalizadas en materia laboral, y debería además conseguir incluso el tan reclamado convenio específico para las empresas de arquitectura.
Además es fundamental que esta Ley se haga en coordinación con otros ministerios, ya que los últimos cambios universitarios producidos por el “Plan Bolonia” van en dirección opuesta a lo que se aparentemente se pretende. Mientras el espacio educativo europeo fomenta la especialización, esta LSP va en la línea no ya de crear ramas específicas dentro de la arquitectura y las ingenierías, sino de meterlas a todas en el mismo saco. Me imagino que en este momento cualquier estudiante de primero de arquitectura debe sentirse muy desanimado.
¿Y el papel de nuestros Colegios y de nuestro Consejo?. Parece que no han tardado ni un minuto después de publicarse el borrador en llamarnos a todos a poco menos que la revuelta. Es triste ver como las instituciones que pagamos y que se suponen que están creadas para representarnos y para defendernos, tan sólo “gritan cuando se les pisa” y el resto del tiempo sólo se dedican a observar con complacencia cómo son los demás los que avanzan.
Recuerdo como el 1986, ante las propuestas de aquel gobierno de la famosa Ley de Atribuciones, también estos Colegios y Consejo nos pusieron en pie de guerra. Ya en ese momento nos llegó un claro aviso de lo que iba a ocurrir, pero ¿qué han hecho ellos en estos 27 años para ayudarnos a los arquitectos a ser mejores, a competir mejor, a ser más valorados por nuestros trabajos y ser más respetados por la sociedad?. Ahí reside la clave del supuesto menosprecio a nuestra labor que pude extraerse de la lectura de esta chapuza de borrador de LSP. En todo este camino hay otras Asociaciones, Colegios y Consejos de otras profesiones que han avanzado… y mucho.
Resulta vergonzoso ver el papel que determinados dirigentes de Colegios y Consejo, preocupados más en defensa de determinados privilegios personales que de un verdadero interés de los profesionales a quienes representan. Si los arquitectos estamos donde estamos es, en parte, por su culpa. La reunión del pasado 3 de enero en la nueva sede del COAM nos permitió ver una muestra más de lo que una parte de la sociedad percibe de nuestra profesión; un majestuoso y enorme edificio, el cual no está exento de diversas críticas sobre su diseño, que se encuentra prácticamente vacío y sin uso, y dirigido por personas incompetentes que han sido incapaces de adaptarlo a las necesidades actuales y que no saben como rentabilizarlo… ¿les suena toda esta historia?
Pero todo lo relativo al borrador de la nueva LSP, aunque se solucione de la mejor manera posible, aunque se retire del texto final esa peligrosísima frase fruto del desconocimiento más absoluto, no valdrá de nada si no ha generado en nosotros un mínimo de autocrítica.
Esta profesión sigue estando regulada por normas que parecen de principios del siglo XX y nos empeñamos en no evolucionar y no ser arquitectos y empresas de arquitectura del siglo XXI. Durante muchísimos años esta profesión se ha preocupado en exceso por ser “obligatoria” y muy poco por ser “necesaria” para la sociedad y los ciudadanos, que son los que nos tienen que valorar por lo que les aportamos.
Frente a esa la sociedad, hemos vivido en los últimos 15 años en dos extremos muy poco convincentes para sus ciudadanos: desde los esplendorosos y caros fuegos de artificio con los que se nos bombardeo desde medios de comunicación y gobernantes, con obras de arquitectura muchas veces inútiles e incomprensibles para la sociedad; hasta el otro extremo de los excesos y las aberraciones urbanísticas y arquitectónicas de las que en ocasiones podemos “disfrutar” en nuestras costas, pueblos y ciudades. Unas y otras realizadas por arquitectos con más o menos glamour.
Es a la sociedad y a los ciudadanos a quienes no les hemos contado que en esta profesión hay excelentes profesionales, personas honestas con su profesión, honrados y trabajadores y que se desvive por sus clientes. Si hubiera sido así, los ciudadanos serian hoy nuestra mejor defensa. Como ocurre con la sanidad, saldrían a la calle con nosotros diciendo: “Señor gobernante, no nos toque lo que funciona, lo que nos da un buen servicio y lo que nos hace la vida más fácil”.