La exposición celebra los logros de la arquitectura española reciente, pero procura también reflejar la dramática situación actual de la profesión. En la última década, las grandes inversiones públicas y el sistema de concursos han permitido a una nueva generación construir un gran número de obras singulares repartidas por todo el país. Aquí se muestran quince, en quince ciudades diferentes, realizadas por diez arquitectos —siete varones y tres mujeres, con edades comprendidas entre los 50 y los 55 años— agrupados en cinco oficinas basadas en Madrid, País Vasco-Navarra y Cataluña. Sin embargo, las bases que han permitido esta floración de excelencia se han venido abajo con la crisis financiera, económica y fiscal iniciada en 2008. El pinchazo de la burbuja inmobiliaria ha hecho descender el número de viviendas iniciadas de 800.000 anuales a 80.000, y los planes de austeridad del sector público han congelado las inversiones en nuevos proyectos: la mitad de los estudios de Madrid y Barcelona han cerrado en el último ejercicio, y los jóvenes profesionales emigran masivamente. Esta situación se ha querido abordar utilizando todo el presupuesto de la muestra para traer a Venecia a dos centenares de estudiantes de arquitectura, que sostendrán maquetas de los edificios y los explicarán a los visitantes. Por un lado, la instalación alude a la iconografía clásica de personajes mitológicos, santos, obispos, reyes, patrones o incluso arquitectos que portan modelos a escala reducida de las obras que promueven, diseñan o donan; por otro, remite a performances contemporáneas —de Santiago Sierra a Ai Weiwei— donde el trabajo subalterno se usa con intención crítica, pedagógica o solidaria. Spain mon amour es desde luego la celebración de una etapa, unos arquitectos y unas obras, pero también una elegía por un pasado que ha llegado a su término, una denuncia de un presente dislocado y una invitación a pensar el futuro de otra forma.