Miguel Fisac es el arquitecto más significativo e internacionalmente más conocido de los que hacen la renovación moderna de la arquitectura española en la segunda mitad del siglo XX. Según pasan los años y se investiga y conoce su obra, su figura se va acrecentando, porque es la más germinal y coherente de ese periodo. Procedente del medio rural manchego de Daimiel (Ciudad Real) donde nace en 1913 y sin antecedentes de arquitectos en su familia, emprendió desde muy joven una actividad viajera que le facilitó una visión amplia tanto de las vanguardias europeas, nórdicas y norteamericanas como de la tradición del lejano oriente y del norte de África. Esa curiosidad universal se refleja en una arquitectura sin apriorismos donde la invención constructiva se une a una racionalidad en los planteamientos y a una intuición expresiva dominada por el espacio frente a la forma.
La obra de Fisac afecta a todos los campos troncales o tangenciales a la arquitectura, de modo que abarca tanto los edificios como el urbanismo, la creación de muebles y objetos, el diseño industrial o la pintura. En cuatro décadas, a partir de comienzos de los años cuarenta produce sus principales obras, que se agrupan en otras tantas etapas fundamentales ligadas además a un material constructivo dominante: empieza en 1942 con el clasicismo abstracto, que en la década de los años cincuenta moderniza hacia un organicismo dominado por la presencia del ladrillo, material que prácticamente abandona para trabajar el hormigón en muros y piezas óseas estructurales y finalmente para inventar las pieles de hormigón prefabricadas y realizadas con encofrados flexibles, tema con el que se adentra en la década de los ochenta.
No se agota su obra tras esos años, pues Fisac sigue proyectando y construyendo hasta su muerte en 2006, pero de forma más puntual y dispersa, compartiendo la arquitectura nueva con la rehabilitación, la escritura y las conferencias y exposiciones sobre su obra, actividades que culminan con la obtención en 1994 de la Medalla de Oro de la Arquitectura, y en 2003 del Premio Nacional de Arquitectura.
© Vicente Patón-Alberto Tellería
© Fundación Fisac
A los noventa años resumió en una entrevista su idea sobre la arquitectura:
'He llegado a la conclusión de que las soluciones técnicas son las que dan pie a soluciones formales que puedan tener interés, porque, si no, salen unas formas que tienen un origen más literario que el propiamente formal arquitectónico. Yo el problema estético me lo planteo el último, cuando otras cosas que son prioritarias se cumplen en el principio del proyecto. Cuando estudié dos años de exactas, dentro de la carrera de arquitectura, dábamos química y haciamos unos trabajos prácticos: nos daban un frasquito con un elemento y teníamos que seguir una marcha analítica para averiguar qué era. Algo de eso es lo que yo hago cuando me encargan un proyecto de arquitectura: empezar con plantear para qué sirve esto, dónde está -y esto el movimiento moderno lo quiso voluntariamente olvidar-, cómo crearía yo los espacios que me piden en el programa, o sea: cómo construir de la forma más lógica y económica. Con todos esos datos ya concretados, cabe la posibilidad de dibujar algo que pudieran ser los volúmenes que esos espacios han creado. La arquitectura es, como decía Lao Tse, el aire que queda dentro. Ahora lo que nosotros vemos es lo que utilizamos para dejar ese aire dentro. Y eso ya se puede representar gráficamente y es entonces cuando se pueden utilizar las posibilidades de una forma que has impuesto tú. Es lo que yo llamo un 'nosequé', qué es esto que ya es, cómo lo coloco lo pongo y lo veo para que lo haga bien, suponiendo tener un conocimiento de la estética que sea lo suficientemente sólido para transmitirlo. Eso es lo que se llama educación del gusto, para lo que hay que ver mucho y estudiar mucho'
Entrevista en El Mundo, 24 de octubre 2003.